Cerca de la medianoche, cuando finalizó el recital que Norah Jones ofreció el lunes, en el Luna Park, se escuchó: “No necesita actuar, ni relacionarse con el público, ella lo dice todo con su voz”. Verdad cruel. Adjetivo tal vez egoísta, pero preciso, ya que el espectador suele exigirle al artista extranjero más ¿compromiso?, otra actitud. Y la hija del maestro Ravi Shankar, tal vez por excesiva timidez, optó por mantener distancia y cierto desdén, a partir de la inexpresividad para interpretar y actuar.
No se equivó en absoluto la seguidora, dio en la tecla. La nueva Norah Jones, con su corte de pelo y un vestidito audaz para su sobriedad habitual, desplegó su preciosa voz para repasar el flamante álbum “The Fall”, y viejos conocidos como “Don’t Know Why” y “Come away”, que todos querían escuchar.En este regreso a la Argentina luego de seis años, Jones también mostró su virtuosismo instrumental (piano, teclado eléctrico, guitarra) ante una masiva concurrencia que la disfrutó con un silencio atronador. Sin histerias. Es que esa sugestiva voz, áspera por momentos, dulce en otros, además de una serenidad abrumadora, hipnotizó a un afectuoso público, que tomó una postura más enérgica con “Cry, Cry, Cry”, de Johnny Cash.
“Muchas gracias” fueron las escasas palabras que pronunció en castellano frente a un entorno que “necesitaba” más. Pero fue tan bueno lo que hizo en el escenario, que dicho vacío fue plenamente cubierto por el jazz, soul, country y pop que integró el repertorio. El cierre sí resultó el punto culminante. Una brillante trilogía (“Sunrise”, “How Many Times” y “Creepin` in”), en formato acústico, y con toda la banda bien juntita y a la vera del escenario. Delicioso.
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